domingo, 30 de mayo de 2010

Tres novelas de Mario Rigoni Stern

                                             
Estaciones                                             Mario Rigoni Stern
Este libro es la historia de una vida. Nacido del respeto profundo a la naturaleza, a su equilibrio y su belleza, evoca grandes acontecimientos históricos y pequeñas vivencias personales en un flujo pautado por la alternancia de las estaciones.
En la memoria del autor cada cosa ocupa el mismo espacio, posee idéntica dignidad. Cada fragmento encuentra la ubicación exacta en un cuadro que Mario Rigoni Stern, “hombre de montaña”, pinta con los más vivos colores.
Junto a la campaña de Rusia y a la dramática experiencia en el campo de concentración vuelven a emerger episodios aparentemente marginales, pero que dan sentido a una existencia: aquellos juegos de muchacho, la primera batida de caza, la visita al palacio de Versalles o aquel gallo lira regalado al amigo Vittorini y que al comerlo se revela como “silvestre y duro”.
Y también se dan cita antiguos ritos y viejas tradiciones, hombres y afectos de otras épocas, árboles y animales destinados a anunciar el cambio de clima y estación, lugares y paisajes tal vez olvidados pero siempre cargados de historia y recuerdos: todo ello bajo la mirada, a veces divertida, otras veces melancólica, del autor, testigo de su tiempo y de un pasado que no deja de aflorar.
La editorial Pre-Textos viene traduciendo desde hace años la obra de Rigoni Stern (Vicenza, 1921-2008). Hasta la fecha han aparecido en esta misma colección: Historia de Tönle (2004) y El sargento en la nieve (2007), además de éste, su último libro.
Mario Rigoni Stern es uno de los más grandes y profundos escritores de la posguerra italiana y uno de los pocos supervivientes de la retirada en 1943 del ejército italiano de Rusia. La intensa unión entre la naturaleza y la memoria constituye la esencia de la obra de este narrador que ha sacado a la luz, mediante una personalísima voz, una serie de recuerdos que sólo pueden ser evocados en el silencio de las montañas y bajo la nieve. Nacido en Asiago (Vicenza) en 1921, hasta su fallecimiento en 2008, Rigoni Stern siempre ha permanecido ligado a su pueblo natal, donde su vida se vio envuelta en innumerables vicisitudes como soldado y como hombre. En 1938 se enroló como voluntario en la escuela militar de alpinismo de Aosta, cuando la guerra parecía lejana. Sin embargo, un año después Rigoni comprenderá que los acontecimientos cambiarán para siempre el curso de su vida, pues le tocará sufrir algunas de las más duras experiencias humanas: desde la retirada y el abandono de los compañeros de armas en la nieve, hasta la deportación en un campo de concentración alemán, donde permacerá hasta 1945, año en el que milagrosamente conseguirá regresar a su amada tierra natal.
Dichas experiencias se hallan reflejadas en la obra del escritor, para quien los años de prisión constituirán algo más que un tiempo de sufrimiento y de hambre: serán también el tiempo de la escritura, del recuerdo y de la memoria de todos los compañeros muertos. Unas páginas que conservan inalterables su capacidad de fascinarnos y conmovernos profundamente.

Entre las obras de Rigoni Stern destacan: Il sargente nella neve (1953), Il bosco degli urogalli (1962), Quota Albania (1971), Ritorno sul Don (1973), Storia de Tönle (1978), Uomini, boschie api (1980), L’anno della vittoria (1985), Arboreto salvatico (1986), Il libro degli animali (1990), Le stagioni di Giacomo (1995), Tra due guerre (2000), Stagioni (2006).
                                                          El sargento en la nieve
Durante la segunda guerra mundial, Mario Rigoni Stern combatió con el ejército italiano en Francia, Albania, Yugoslavia y durante dos inviernos en Rusia. Acabó prisionero de los alemanes en distintos campos de concentración, donde trabajó en las minas de hierro y carbón y allí mismo, en 1944, empezó a escribir, en circunstancias tan precarias, sus recuerdos de la retirada rusa. Publicados por primera vez en 1953 con el título de El sargento en la nieve, desde entonces el libro ha cosechado un éxito ininterrumpido entre sus lectores debido a su estilo genuino, al candor y a la fuerza expresiva con que se relata la lucha del hombre por conservar su propia humanidad.
Rigoni Stern emprende un viaje no sólo en el espacio, sino también en el tiempo; no sólo en el presente, sino en el pasado, sin rencor ni ansias de revancha, sino más bien como un acto de amor y de recuperación del paisaje y las gentes de la tierra donde estuvo a punto de perder la vida, pero que en cierto modo lo consoló y protegió, lo que convierte a esta obra en un testimonio único en su género.
"Cuando los pocos supervivientes tomamos el tren de regreso", escribe Rigoni Stern, "llevaba conmigo una imagen que durante años me ayudó a sobrevivir. (...) Aquel lugar entre el Donetz y el Don se ha convertido en el más tranquilo del mundo, reina un gran silencio, una infinita dulzura. Por la ventana de mi habitación veo montañas y bosques, pero allá a lo lejos, tras los Alpes, están las llanuras, los grandes ríos; siempre veo las aldeas y planicies donde duermen en paz aquellos compañeros que no pudieron volver a casa".

                                                                Historia de Tönle
La historia de Tönle Bintarn, campesino y pastor de las antiguas montañas vénetas, empieza con un encuentro con una patrulla de los guardias de frontera cuando el trono del Imperio austrohúngaro lo ocupaba Francisco José, y termina durante la primera guerra mundial en un bosque milenario. En medio, la condena, el exilio y el retorno furtivo a casa, cada invierno, como un ave migratoria. Sólo cuando ya es viejo y está cansado, le llega a Tönle el indulto. Pero ya es demasiado tarde: la guerra lo arrasa todo, destruye masías y pueblos enteros.

Tönle permanece obstinadamente en el monte en compañía de sus pocas ovejas, en la frontera donde se suceden los enfrentamientos, defensor resentido de una civilidad rustica. Tönle Bintarn, pastor, campesino, ferroviario, vendedor de grabados, cuidador de caballos, jardinero de las tierras del Imperio austrohúngaro e italianas, encuentra finalmente sosiego recostado a la sombra de un olivo, con una pipa en la mano. Repleto de grandes personajes y de humildes poblaciones, en un lugar remoto del mundo donde la historia se insinúa a traves las vidas, las vivencias de Tönle Bintarn transcurren rápidas e intensas, en medio de ese singular aroma de bosques, nieves y aire en el que Rigoni Stern envuelve sus profundas y poéticas narraciones. Historia de Tönle obtuvo en 1978 el prestigioso Premio Campiello.

Tres novelas de Adalbert Stifter

El sendero en el bosque                                Adalbert Stifter

Adalbert Stifter demuestra con “El sendero en el bosque” que la sencillez da siempre los mejores frutos cuando se trata de literatura. Pues sólo así una historia sencilla, narrada con sencillez, se convierte en una hermosa narración, llena de ternura sin caer en alambicados sentimentalismos, resultando su lectura una agradable experiencia.
“El sendero en el bosque” narra la forma en que Tiburius Kneight, quien había sido un gran necio, se convirtió en un hombre de bien gracias a una experiencia en apariencia trivial y sin embargo, absolutamente trascendental para el protagonista. Y tal vez la forma en que Stifter desarrolla este esquema, sin premura, morosamente, como si ofreciera al lector disfrutar apaciblemente de un paseo por un tranquilo bosque, es la clave de la obra.
El autor nos presenta a Tiburius como un hombre ciertamente egoísta, demasiado pendiente de sí mismo e incapaz de ver nada de aquello que no le concierne. Sin embargo, Tiburius no es un personaje antipático, sino más bien excéntrico y, por ello, su pequeña aventura es capaz de despertar interés.
Porque Stifter, en “El sendero en el bosque”, recoge de una manera sobria y a la vez ingenua la metamorfosis que acontece a Tiburius no desde el momento en que, a pesar del método que rige su vida, se pierde en un sendero de montaña: sino ya desde antes, desde el instante en que decide salir de su ciudad natal para acudir, por consejo de su médico, a un balneario, rompiendo así la regla que gobierna su existencia.
Aunque sin duda es el perderse en el camino que atraviesa el bosque el punto de inflexión que marca el comienzo del cambio en Tiburius. La tentación de lo desconocido le lleva a abandonar la rutina por él mismo impuesta, buscando un lugar para sus paseos “higiénicos” un poco más lejano que el habitual. Y el azar hace que un día pierda el rumbo y se adentre por terra incognita, lo que supondrá para él un deslumbrante primer contacto con el entorno, que hasta entonces había contemplado como si se tratase meramente de un paisaje dibujado, algo externo de lo que él no podía formar parte.

El autor trata así, de una forma sutil, fresca y huyendo de artificios, la idea de lo inesperado que se inmiscuye en las vidas mejor planificadas para alterarlo todo. Algo tan trivial como perderse en la montaña puede ser un inadvertido cataclismo que desmorone lo existente, dejando el lugar expedito para nuevas experiencias.
Y eso es lo que le sucede a Tiburius que, maravillado por la belleza del sendero en el bosque ha descubierto por casualidad, se atreve a explorarlo sin tregua hasta que encuentra en él precisamente el remedio que su médico le había aconsejado: una mujer. Ahora bien, la reticencia de Tiburius al matrimonio, que considera un trastorno mayor que desbarataría su existencia regular, ha sido sin sentirlo limada por los paseos solitarios por el bosque. Gracias a ellos, ha descubierto que él forma parte también de ese dibujo que antes contemplaba como algo ajeno y, por tanto, la felicidad de unirse a los demás seres que forman parte del mismo le pertenece por derecho propio.
Y así se completa la metamorfosis sutil, provocada por un hecho banal, demostrándonos Stifter que las complicaciones excesivas, esas conmociones terribles que sacuden la vida y la conciencia de un modo absoluto no son lo habitual en la vida; y por tanto, la literatura puede hallar fuente de inspiración en las vidas ordinarias donde los cambios son paulatinos pero no por ello menos asombrosos.
Abdías                                                   Adalbert Stifter

Hace poco comentaba aquí “El sendero en el bosque“, de Adalbert Stifter, una obra encantadora por su sencillez y por la manera sutil en que toma el pulso de la vida. Y, sobre todo, una obra encantadora por la prosa brillante y a la vez sencilla de Stifter, que prescinde de toda ampulosidad en busca de una sobriedad plena de expresión.
El que a lo largo de 2008, Impedimenta, Nórdica y Pre-Textos hayan coincido en la publicación de varias obras del austriaco, da ocasión de repetir con un autor de mérito reconocido.
La calidad de la prosa, de la que hablaba más arriba, la encontramos también en “Abdías” donde, sobre todo al comienzo de la obra, se empaña con un ligero vaho onírico que le suma belleza. Pero poco a poco ese aire de irrealidad irá desapareciendo para dar paso a una narración mesurada y, en cierto modo, parsimoniosa.
“Abdías” es la narración de una vida entera, desde el nacimiento del protagonista en un desierto de África, hasta su muerte en un recóndito valle de Europa. Con esta historia, Stifter busca poner de manifiesto las penalidades que a todos nos aguardan en el camino: la pérdida y el dolor que acompañan necesariamente al ser humano a su paso por la vida. También la dicha que llena algunos momentos de la existencia de Abdías se recoge en esta obra, pues penas y alegrías se entreveran siempre; pero éste parece condenado a perder cuanto de bueno obtiene de la manera más lamentable.
Y así, la resignación de Abdías para soportar cada golpe del destino y la entereza con que comienza de nuevo a labrar su fortuna, se erige como centro de una narración que transcurre pausada. El protagonista acepta con paciencia y mansedumbre así lo bueno como lo malo. La desesperación no parece hacer mella en él sino que, tras cada experiencia infausta, retoma el camino con sosiego.
Stifter sabe traslucir en esta narración la idea de un sino inmutable que aguarda a cada hombre. Pero sobre todo, sabe trasmitir, sin declararlo en ningún momento de manera explícita, que Abdías es un elegido, un hombre en cierta manera superior, dotado de una fuerza sobrehumana para sobreponerse a la desdicha. Abdías no se permite volver la vista atrás, ni tampoco lamentar lo que ha perdido. Inmutable, parece siempre dirigir la vista hacia adelante sin un instante de flaqueza.
Pero a pesar del buen hacer de Stifter como escritor, de esa prosa sencilla y vibrante, y pese al acierto con que aborda un tema original e interesante, “Abdías” produce cierta decepción. La obra no tiene esa chispa, esa luminosidad que cautiva en “El sendero en el bosque”. Evidentemente, la idea sombría de un destino inmutable se infiltra en la narración, velándola. Y aunque Abdías es un ejemplo de entereza, el continuo refluir de su infortunio pesa más que el pensamiento de su fortaleza.
No es óbice lo anterior para no recomendar la lectura de “Abdías” o cualquier otra obra de Adalbert Stifter pues, por encima de cualquier consideración, la limpidez de su escritura es siempre un seguro placer.

El solterón                                                   Adalbert Stifter
Es siempre un placer reencontrarse con la prosa cristalina, luminosa y sencilla de Adalbert Stifter. En “El solterón” el austriaco plantea una sutil novela de aprendizaje caracterizada con los matices propios del romanticismo. Aunque la trama de “El solterón” no parece seguir una línea clara, pero embebido en el disfrute del estilo del autor, el lector se va adentrando en la novela, acompañando a su joven protagonista en un viaje que acabará por acercarle a la madurez.

La llave de la madurez para Víctor está en manos de su extraño tío, al que visitará por exigencia de éste antes de incorporarse a su primer empleo. Solitario, el anciano vive aislado, y el término es exacto, ya que vive en lo que fue un antiguo eremitorio situado en una isla bastante inaccesible. Víctor visita a su pariente por obligación y su único deseo es que pase el tiempo estipulado para su estancia, y así incorporarse a una vida activa que él imagina dedicada al trabajo y al estudio.
Pero el tío posee conocimientos que atañen no sólo al pasado del joven, a la relación de sus padres o a su madre adoptiva; sino también, y sobre todo, conocimientos que atañen a su futuro. Un futuro que el anciano ha imaginado de un modo totalmente distinto al soñado por su sobrino. La confrontación entre el joven, lleno de esperanzas y su viejo tío, entregado a odiar un pasado que nadie puede cambiar, surgirá inevitablemente. El pasado es una espina clavada en el corazón del anciano que quien, como Víctor, mira sólo hacia adelante por su corta edad, no puede comprender.
Pero, al enfrentarse, tío y sobrino se acercarán, conscientes ambos del papel que el otro ha de jugar necesariamente en su vida. Los días compartidos en la isla lograrán que, quienes miraban en direcciones opuestas -uno hacia atrás, otro hacia adelante-, terminen mirando hacia el mismo lugar.
Es en la capacidad que Stifter demuestra para retratar juventud y senectud como opuestas y complementarias a un tiempo, donde radica la esencia de “El solterón”. De una manera sutil logra plasmar que si bien el empuje necesita de la experiencia, la inocencia es un buen antídoto contra el descreimiento. Así, Víctor conocerá de boca de su tío verdades fundamentales que éste ha aprendido a costa de grandes errores; pero el anciano comprenderá que la juventud es una planta tierna, que un jardinero experimentado debe cuidar para que no se malogre: esa es la misión de la vejez.
De este modo, tío y sobrino, enfocarán su mirada sobre un mismo punto: el futuro del muchacho. En ambos casos es ley de vida: para Víctor es aún temprano para mirar hacia atrás, mientras el anciano ha descubierto que, por su edad, debe ya sólo dedicarse a cuidar los brotes de la higuera, como una forma de asegurar la permanencia de su recuerdo en este mundo.
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El desierto del amor, de François Mauriac

El desierto del amor                      François Mauriac
Es indescriptible la enorme cantidad de sensaciones que puede llegar a provocar la lectura de El desierto del amor; cientos de matices emocionales, cientos de detalles psicológicos se suceden en una historia tan sencilla y antigua como el mismo mundo. Un padre y un hijo, a comienzos del siglo XX, caen rendidos a los pies de una mujer que les subyuga y les fascina… pero a la que ninguno de los dos llegará a poseer. François Mauriac teje una narración espléndida, bellísima, con los frágiles hilos de la pasión y el enamoramiento.

La trama se desarrolla con una morosidad que, sin embargo, no cae en el desfallecimiento; por el contrario, la pormenorizada contemplación de los comportamientos de los tres protagonistas abre al lector una ventana por la que puede asomarse a un universo de sensaciones. Maria Cross, la mujer que enamora a Raymond y a su padre, el doctor Paul Courrèges, es la amante de un rico hacendado local de un pequeño pueblo de Burdeos; su vida está marcada por su reputación, y su destino es permanecer apartada de todo contacto social. Tras la muerte de su único hijo, cae en una depresión de la que trata de salvarla el doctor Courrèges. Y es ahí cuando los acontecimientos se desencadenan y trazan los caminos que tomarán los personajes.
Paul Courrèges, casado desde hace años y respetado ciudadano, ve arder dentro de sí una pasión excepcional, indómita, que le lleva a plantearse su propia posición social. Es consciente de la diferencia de edad y las dificultades que representaría unirse a una mujer como Maria, pero el desmesurado amor que siente (y su convencimiento de la intachable actitud de Maria) parece inflamarle sin remisión. Mauriac nos sitúa ante la tragedia de un hombre que lleva una vida honrosa, pero que nunca ha conocido la verdadera felicidad; maduro y sereno, encara por primera vez el amor sensual con la inocencia de un adolescente. De ahí que la comprensión de la imposibilidad de su fervor sea tan previsible como dolorosa y destructora.
En el otro extremo se encontraría Raymond, al que el autor usa como eje de la trama. De hecho, la historia comienza cuando se reencuentra con Maria en un local parisino y confiesa su deseo de venganza:

Durante muchos años, Raymond Courrèges había alimentado la esperanza de volver a encontrar en su camino a aquella Maria Cross de quien deseaba ardientemente vengarse. Muchas veces había seguido por la calle a una mujer creyendo que era aquélla a la que buscaba.
El de Raymond es un deseo furioso, violento y juvenil (ya que conoce a Maria con 17 años). La pasión que ambos parecen sentir, y que Mauriac va desarrollando con una precisión digna de un miniaturista, es más psicológica que real: para el joven, la mujer constituye un trofeo, una presa con el marbete de “cortesana” que le afianza en su inseguridad patológica; para Maria, en cambio, Raymond es un símbolo de pureza, de amor espiritual e inocente, y es por eso por lo que le rechaza cuando él intenta abordarla. Fruto de ese rechazo, el adolescente desencadenará un odio furibundo hacia la mujer y, además, se enfrentará a su padre, que la tiene por víctima de las convenciones sociales. El autor confronta así dos concepciones de la pasión muy diferentes, aunque igualmente destructivas: la credulidad del doctor Paul, cegado por su propia existencia apática, y la violencia del joven Raymond, impetuosa e irascible. Frente a ellos dos se planta la enorme figura de Maria Cross, una mujer valiente y firme, que afronta su condición asocial con frialdad y que encauza las pasiones de ambos hombres con determinación.

Mauriac perfila tres personajes carismáticos y repletos de matices, nada maniqueos. Cada uno de ellos está repleto de complejidades, de miedos, de intemperancias, de dudas, de equivocaciones… Tan humanos que asustan, ya que todas nuestras contradicciones se ven reflejadas en alguno de sus comportamientos o decisiones. Mauriac retrata con un estilo elegante y minucioso el vendaval de emociones que se desata entre los tres, y aún queda espacio para que también asomen las eternas desavenencias familiares (en la familia del doctor), las complejas relaciones paterno-filiales o la doble moral burguesa que todavía hoy padecemos.
El desierto del amor es una novela de sencillo desarrollo, pero de complejísimo fondo, con una miríada de sensaciones que se despiertan al leer cada página, cada oración. Mauriac consigue hacer de cada sentimiento un universo entero y envolver al lector con su estilo elegante y sensual. Una auténtica delicia para cualquier paladar.
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