miércoles, 21 de abril de 2010

Raymond Radiguet y Jean Cocteau

El diablo en el cuerpo
Raymond Radiguet
Traducción de Alain Radiguet
Pre-Textos. Valencia, 2003

La vida de Raymond Radiguet fue breve y excepcional. Nació el 18 de junio de 1903 en las afueras de París y murió apenas veinte años más tarde, en 1923. Siendo muy joven conoció a Cioran, Max Jacob, y a Jean Cocteau, que fue su mentor y su amante más conocido. Con una mujer llamada Alice vivió otro romance, que se transformaría en la materia de El diablo en el cuerpo. La novela causó escándalo ya desde antes de aparecer, en marzo de 1923. Su editor, Grasseí, se aseguró de que esto ocurriera y Cocteau lo ayudó. La juventud del autor y su condición de niño prodigio fueron explotadas comercialmente, con publicidad en la prensa y el cinematógrafo.
El tema es una pasión amorosa casi maléfica. La escritura es clara e inteligente, analítica. El protagonista, un joven de quince años, cuenta en primera persona su relación con una muchacha de veinte, casada. Se trata de una gran historia de amor adolescente, hecho de audacia y timidez, de seguridad e inseguridades, descuidos y urgencias, lucidez e infantilismo.

En 1884 Huysmanns, vanguardista 'avant la lettre', decretaba el fin de la novela amorosa, piedra de toque del naturalismo en la que habían incursionado, con suertes dispares, desde Dumas hasta Tolstoi, pasando por Balzac, Flaubert y Maupassant. Harto de todo aquel 'marivaudage', de tanta pasión doliente entre duques y condesas, entre burguesas y soldados, inauguraba el gesto experimental que habría de cambiar radicalmente el punto de mira de la literatura venidera: el fresco social y la novela de amor iban a ceder su cetro a obras que, por hallarse ésta precisamente en crisis, se abocaron a interrogar la individualidad. Pero algo esencial había quedado en el tintero. Hacia 1920, un adolescente hermoso, visionario y trágico escribía dos grandes novelas de amor: El diablo en el cuerpo y El baile del conde de Orgel. Raymond Radiguet sobreimprime a la ilusión amorosa todo el desencanto, la irreverencia y la amargura del siglo siniestro que comenzaba. El 'enfant terrible' que narra en primera persona la historia de adulterio y de iniciación amorosa de El diablo en el cuerpo -sobre el fondo más miserable que épico de la primera guerra mundial- se da el lujo de amar y de diseccionar al mismo tiempo el amor como un médico que observa su propio cáncer al microscopio. Extremo opuesto al de Ana Karenina, aquí el enfermo de pasión y el moralista son uno y el mismo, y Radiguet no ofrece para esa paradoja ningún paliativo.
Su erótica tiene la fuerza de Shakespeare, pero también la crueldad de Lautréamont, la lucidez destructiva de Rimbaud, el humorismo furioso y compasivo que Céline abordaría en su Viaje, la extraordinaria precisión emocional de Proust. Como Rimbaud, Radiguet dejó la escritura tempranamente, no por el contrabando y la gangrena, sino por una muerte anónima, solitaria y precoz en un hospital público. Como aquél, que fascinó a Verlaine, Radiguet hechizó a Jean Cocteau. Escrita a la misma mesa que Thomas el impostor, de este último, es su contracara perfecta. Donde Cocteau narra la guerra en términos de lujo, para Radiguet la lujuria es la guerra por otros medios, una forma artísticamente refinada de 'folie à deux'. El diablo en el cuerpo es una novela bella y maldita, que atrapa y lastima desde la primera hasta la última línea, y que se entrega al corazón para traicionarlo una y otra vez en brazos de la inteligencia. Si la guerra es la ley del mundo, el amor es un crimen que exige de los dos que van a aniquilarse los más altos atributos de la sensibilidad, la crueldad y la imaginación.




Jean Cocteau
Thomas el impostor
Traducción, introducción y notas de Monserrat Morales Peco
Cabaret Voltaire. Barcelona, 2006

Raymond Radiguet fue el que propuso el método que Jean Cocteau (1889-1967) siguió para escribir Thomas el impostor:
Su teoría consistía en que había que poner el caballete delante de una obra maestra y copiarla sin que la composición se llegara a parecer a ella. Él puso su caballete delante de de La princesa de Clèves. Y resultó El baile del conde de Orgel. Yo puse mi caballete delante de las cien primeras páginas de La cartuja de Parma y la obra resultante fue Thomas el impostor.
Aquel genio que se llamó Radiguet murió con veinte años, en 1923, el mismo año en que Gallimard publicaba Thomas el impostor. Una de sus mejores herencias fue el persistente influjo sobre un deslumbrado Cocteau.
En 2006 Cabaret Voltaire publicó una cuidadísima edición de esta novela fascinante en una nueva traducción de Monserrat Morales Peco, que se ha encargado de hacer una excelente introducción y las notas aclaratorias, sólo las justas y oportunas.
En el origen de este Thomas el impostor no está sólo La cartuja de Parma. Cocteau integra también en la narración material procedente de una serie de poemas sobre la primera guerra mundial que son parte fundamental en la gestación de este libro.
El escenario, la descripción del espacio, las imágenes visuales, los retratos y algunas escenas toman como punto de partida esos materiales literarios y los integran con la experiencia autobiográfica de Cocteau en la guerra. De esa manera, en el protagonista, Guillaume Thomas, un muchacho de dieciséis años, en su confusión constante de ficción y realidad, hay una evidente proyección de Cocteau y sus actitudes:
Ya veis a qué casta de impostores pertenece nuestro Guillaume. No son de este mundo. Viven con un pie en el sueño. La impostura no los degrada, más bien, les otorga superioridad. Guillaume engañaba sin malicia. Lo que sigue demostrará que era víctima de su propia mentira.
La resistencia a entrar en la madurez del adolescente que sueña con las aventuras y juega a la guerra confundiendo fantasía y realidad y despliega su capacidad imaginativa para reinventarse como personaje, para inventar historias y para contarlas.
Organizada en una sucesión de escenas que recuerdan las fases de un juego, la última de ellas transforma el juego en realidad trágica. El impostor deja de serlo por la muerte. Esa impostura que no es un defecto ni busca engañar al otro, engaña al impostor que no distingue los límites de la verdad y la imaginación y lo convierte en su propia víctima. La vida se resuelve en la verdad definitiva de la muerte en una misión de guerra a la que se ha ofrecido voluntario.
He utilizado a propósito la palabra escenas, porque el final impresionante del libro debe gran parte de su fuerza a su tratamiento visual, casi cinematográfico.
Entre chien y loup, entre sueño y vigilia, lo que late en el fondo de Thomas y en el fondo de Cocteau es la rebelión contra las limitaciones del mundo y las frustraciones que provoca.
Ese es el tema que recorre y vertebra toda la polifacética e independiente obra de Cocteau, poeta, dramaturgo, novelista, cineasta, pintor, ceramista, que siempre se sintió un incomprendido:
"Si escribo, molesto. Si ruedo una película, molesto. Si pinto, molesto. Si enseño mi pintura, molesto, y molesto si no la enseño. Tengo la facultad de molestar. Me resigno a ello (...) Molestaré después de mi muerte".

Santos Domínguez
entrada de Revista Encuentros

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